La invocación a los Ángeles, es una forma de devolverle al Universo todo lo que generosamente nos da. Este llamado es una energía que generamos para atraerlos y tiene que surgir como una necesidad interior porque es una convocatoria que puede cambiar nuestra vida, nuestra visión, nuestras relaciones y modificar y mejorar nuestra personalidad.
La invocación y su práctica hacen que la personalidad y el alma se fundan en una unidad combinada y concentrada, algo que genera en nosotros una intensa sensación de realidad, de entusiasmo por la vida y produce, también, una energía radiante, magnética y dinámica.
Siempre que te sientas solo, angustiado o enfermo, puedes invocar a tu Ángel, él te va a ayudar y escuchar. Puedes invocarlo en casos de peligro o para que te de valor al afrontar compromisos importantes o al enfrentarte ante situaciones límite. También puedes llamarlo para alegrar y proteger a tus hijos, para que te ayude a vencer cualquier sentimiento negativo, o para liberarte de viejas estructuras, para reformarlas y para poner una energía nueva y transformadora en tu trabajo y en tus relaciones. Siempre tu Ángel guardián te asistirá.
¿Cómo hacerlo?
Una vez que logramos sentir la presencia de nuestro Ángel Guardián, debemos aferrarnos a ese “sentimiento” y, en los momentos difíciles, recordarlo y sentir que no estamos solos. Que cada situación complicada, por la cual la vida nos pone a prueba, la atravesamos acompañados por él.
La invocación se realiza a través de la visualización, que es un verdadero acto mágico en la vida del ser humano, porque es posible “crear mágicamente” utilizando nuestros poderes divinos con la asistencia de los Ángeles.
El contacto con nuestro Ángel de la Guarda, tanto sea en forma visible como en sentir su presencia, requiere de una o varias sesiones invocatorias. Él nos hablará a través de nuestra voz interior, guiando nuestros pasos, corrigiendo nuestras actitudes y sentimientos adversos hasta lograr el equilibrio físico, mental y espiritual necesario para hacer posible su aparición.
La repetición y el seguimiento de la llamada permanente y diaria crea la voluntad continua de concentrarnos conscientemente en nuestra evolución.
En todo aquello que llamamos prueba, pena o deber, créanme, la mano de un Ángel está allí…